En invierno, los días se acortan y la luz natural se vuelve un recurso escaso. Este cambio no solo modifica nuestra rutina diaria, sino también la forma en que nos sentimos y habitamos nuestros espacios.

Está comprobado que la exposición a la luz influye directamente en nuestro estado de ánimo, concentración y energía. Durante los meses fríos, al recibir menos luz solar, nuestro cuerpo produce más melatonina (la hormona del sueño), lo que puede generar sensación de cansancio, decaimiento o incluso tristeza estacional. Por eso, la iluminación artificial cobra un rol central: no se trata solo de ver, sino de sentirse bien.

Una buena iluminación en invierno debe ofrecer calidez, confort visual y una atmósfera que nos acompañe durante más horas del día. Las temperaturas de color más cálidas (entre 2700K y 3000K) ayudan a crear espacios acogedores y favorecen el relax. También es clave contar con distintos niveles de luz —general, puntual y ambiental— que nos permitan adaptarnos a cada momento y necesidad.

En Fracción creemos que la luz es una herramienta poderosa para habitar mejor. Diseñamos cada proyecto teniendo en cuenta el entorno, el ritmo natural de las estaciones y, sobre todo, la vida de las personas que lo van a disfrutar. Porque en los meses donde el sol se esconde temprano, una buena iluminación puede cambiarlo todo.

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